Historia con aroma a café
Por Sofía Bongiovanni y María Paula Laurino
Alejado de las luces de la ciudad, el Británico, como le dicen los habitués, es el escondite de las personalidades más extravagantes del barrio de San Telmo. El fileteado porteño que cubre las ventanas del bar es la invitación a adentrarse en el corazón de la esquina de Avenida Brasil y Defensa.
Acercarse a las mesas es como hacer zoom en una foto congelada en el tiempo. A un costado del salón están sentadas ocho amigas tomando el café de la mañana acompañadas por un perro Golden; a su derecha hay un hombre solitario leyendo el diario y dejando enfriar el cortado que tiene en su mano izquierda.
En las mesas del centro Gonzalo, el “hago de todo un poco” del bar, pinta con tizas de colores las pizarras con el menú especial del día: mondongo con albóndigas. Trabaja allí desde el 2014 pero parece conocer la historia y los secretos del Británico como si hubiera estado presente desde el primer día. Para él este bar es notable por su capacidad de agrupar personas de todas las generaciones, culturas y clases sociales. Este lugar te da la posibilidad de vivir "la convergencia" en carne propia. Cuenta que ha tenido la oportunidad de encontrar a un ex montonero con un militar debatiendo en la misma mesa.
El bar tiene mucha historia para contar, no sólo la de sus clientes sino también la propia. Abrió en 1929 bajo el nombre de “La cosechera”, durante sus primeros 21 años funcionó como una pulpería, hasta que en 1950 pasó a ser un bar, el Bar Británico. Según cuenta Gonzalo, el establecimiento fue bautizado así para atraer a los trabajadores ingleses que estaban prestando sus servicios en los ferrocarriles de Constitución.
Agregó que existen mitos alrededor del bar en diferentes años. Durante los años 70 se decía que sus dueños escondían a perseguidos de la dictadura y que en su sótano proyectaban películas prohibidas. En los 80 los taxistas dejaban los autos gasoleros encendidos en la puerta mientras se tomaban algo por las noches, ya que el Británico era de los únicos bares de la zona abierto las 24hs. Para la misma década como protesta contra la guerra de Malvinas, sus dueños tacharon el “bri” del cartel de la fachada y dejando solo “Bar tánico”.
Ya a las 11 de la mañana entra una señora con su caniche en brazos y saluda al mozo Martín, que inmediatamente le dice “Hola Corchita, ¿lo de siempre y bien cargado?”.
Es sorprendente la naturalidad con la que María del Carmen se mueve por el espacio. "El Bar Británico y el Federal son mis dos lugares en el mundo" ; "Pueden privarme de todo menos del café de la mañana" dijo con convicción la mujer de 75 años.
La personalidad histriónica de la cliente frecuente cautiva la atención de las demás mesas. Vive en el barrio desde 1998, y lo conoce como la palma de su mano. Afirmó que desde la pandemia ya nada es igual, "antes no me dejaban entrar con Corcho, mi perro, pero desde el 2020 esas cosas ya no importan" dando a entender que después de no haber podido abrir libremente sus puertas, ahora todo el mundo es bienvenido. Explica que cuando los bares estaban cerrados, en secreto el Británico atendía solamente a sus clientes más fieles. "Las ventanas estaban tapadas con barriles de cerveza, para disimular, y a nosotros nos hacían pasar por la puertita del costado".
Entre el ruido de los platos, copas, martillazos a la carne dura, risas y del motor del colectivo 28 que baja por Defensa, se esconden las historias del bar que siempre tiene abiertas sus puertas. Ese que se destaca por sí solo, como dijo Gonzalo: "el que se sienta a tomar un café, pasa a ser parte del bar".